martes, 8 de noviembre de 2016

P.C Cast y Kristin Cast

    Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, donde solo existía la Energía Divina del universo. La Energía no era buena ni mala, no era luz ni oscuridad, masculina ni femenina -simplemente existía, un torbellino de posibilidades, colisionando, uniéndose y creciendo. Mientras la energía crecía, evolucionaba. Mientras evolucionaba, creaba.
Primero llegó la creación de los reinos del Otro Mundo -interminables visiones se llenaron con sueños de Divinidad. Estos reinos eran tan hermosos que inspiraron a la energía a seguir creando, y desde el seno de cada uno de los reinos del Otro Mundo nacieron grandes sistemas solares, reflexiones tangibles de la Magia Antigua del Otro Mundo.
    La Energía Divina del universo estaba tan complacida por sus creaciones que empezó a moverse y cambiar como vórtices de poder dentro de sí misma, como una polilla atraída por los diferentes universos. Cierta Energía estuvo satisfecha y tranquila, existiendo eternamente en una órbita giratoria de estrellas y lunas, y hermosos pero vacíos planetas. Cierta Energía destruyó sus creaciones, más satisfecha consigo misma que con las posibilidades. Y cierta Energía continuó cambiando, evolucionando y creando.
    En un reino del Otro Mundo, la Energía Divina era particularmente inquisitiva y precoz, inquieta y alegre, porque más que nada deseaba compañía. Así que, desde el interior de los verdes bosques y lagos color zafiro del Otro Mundo, lo Divino forjó fabulosos seres y les dio vida. El aliento otorgado por lo Divino llevó consigo inmortalidad y conciencia. Lo Divino nombró a estos seres Dioses, Diosas y Fey. Les concedió a los Dioses y Diosas el dominio sobre todos los reinos del Otro Mundo, y le encargó a los Fey ser sus sirvientes.
    Muchos de los seres inmortales se dispersaron por los interminables reinos del Otro Mundo, pero aquellos que se quedaron complacieron a lo Divino enormemente.
A ellos, lo Divino les regaló un dominio adicional sobre todos los otros inmortales, la administración de un planeta particular en su sistema -un planeta que intrigaba a la Energía Divina porque reflejaba la belleza verde y azul del Otro Mundo.
     La intriga engendró curiosidad, y la curiosidad engendró exploración, hasta que finalmente lo Divino no pudo resistir el acariciar la superficie del planeta verde y zafiro. El planeta despertó, nombrándose a sí mismo Tierra. La Tierra atrajo a lo Divino, invitándole con sus exuberantes tierras y sus dulces y tranquilizadoras aguas.
     Llenos de asombro, los Dioses y Diosas observaron.
     Encantada con su propia creación, la Energía Divina se unió a la Tierra. Quien le complació extensamente; pero la Energía no podía ser contenida por mucho tiempo. La Tierra entendió y aceptó su naturaleza, nunca amándole menos por aquello que no podía ser cambiado. Antes de dejarla para recorrer el universo, buscando más compañía, la Energía Divina le dio a la Tierra su regalo más preciado -la magia que era el poder de la creación.
     La joven Tierra, fértil y seductora comenzó a crear.
     La Tierra sembró los terrenos y los océanos con su regalo de la creación, y de ellos evolucionó tal magnitud de criaturas, que los Dioses y Diosas desde el observante Otro Mundo, empezaron a visitar a la Tierra con más frecuencia, disfrutando de la diversidad de la Tierra viva.
     La Tierra le dio la bienvenida a los inmortales, hijos de su amado Divino. Ella los amaba tan profundamente que se inspiró a diseñar una creación muy especial. De su seno, formó e insertó vida a los seres que forjó a la misma imagen de los Dioses y Diosas, llamándolos humanos. Aunque la Madre Tierra no podía otorgarles a sus hijos la inmortalidad -ese era un regalo que solo la Divina Energía podía otorgar- colocó dentro de cada uno de ellos una chispa de la Divinidad que había sido compartida en ella, asegurando que a pesar de que sus cuerpos siempre deberán regresar a la tierra de la cual fueron hechos, su conciencia continuará eternamente en forma de espíritu, de manera que pudieran renacer una y otra vez en la Madre Tierra.
     Creados en su imagen, los hijos de la Tierra encantaron a los Dioses y Diosas. Los Dioses y Diosas juraron velar por ellos y compartir el Otro Mundo con los espíritus Divinos dentro de ellos cuando lo inevitable sucediera, y sus cuerpos mortales fallecieran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario