Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, donde solo existía la
Energía Divina del universo. La Energía no era buena ni mala, no era luz
ni oscuridad, masculina ni femenina -simplemente existía, un torbellino
de posibilidades, colisionando, uniéndose y creciendo. Mientras la
energía crecía, evolucionaba. Mientras evolucionaba, creaba.
Primero llegó la creación de los reinos del Otro Mundo -interminables
visiones se llenaron con sueños de Divinidad. Estos reinos eran tan
hermosos que inspiraron a la energía a seguir creando, y desde el seno
de cada uno de los reinos del Otro Mundo nacieron grandes sistemas
solares, reflexiones tangibles de la Magia Antigua del Otro Mundo.
La Energía Divina del universo estaba tan complacida por sus
creaciones que empezó a moverse y cambiar como vórtices de poder dentro
de sí misma, como una polilla atraída por los diferentes universos.
Cierta Energía estuvo satisfecha y tranquila, existiendo eternamente en
una órbita giratoria de estrellas y lunas, y hermosos pero vacíos
planetas. Cierta Energía destruyó sus creaciones, más satisfecha consigo
misma que con las posibilidades. Y cierta Energía continuó cambiando,
evolucionando y creando.
En un reino del Otro Mundo, la Energía Divina era particularmente
inquisitiva y precoz, inquieta y alegre, porque más que nada deseaba
compañía. Así que, desde el interior de los verdes bosques y lagos color
zafiro del Otro Mundo, lo Divino forjó fabulosos seres y les dio vida.
El aliento otorgado por lo Divino llevó consigo inmortalidad y
conciencia. Lo Divino nombró a estos seres Dioses, Diosas y Fey. Les
concedió a los Dioses y Diosas el dominio sobre todos los reinos del
Otro Mundo, y le encargó a los Fey ser sus sirvientes.
Muchos de los seres inmortales se dispersaron por los interminables
reinos del Otro Mundo, pero aquellos que se quedaron complacieron a lo
Divino enormemente.
A ellos, lo Divino les regaló un dominio adicional sobre todos los otros
inmortales, la administración de un planeta particular en su sistema
-un planeta que intrigaba a la Energía Divina porque reflejaba la
belleza verde y azul del Otro Mundo.
La intriga engendró curiosidad, y la curiosidad engendró
exploración, hasta que finalmente lo Divino no pudo resistir el
acariciar la superficie del planeta verde y zafiro. El planeta despertó,
nombrándose a sí mismo Tierra. La Tierra atrajo a lo Divino,
invitándole con sus exuberantes tierras y sus dulces y tranquilizadoras
aguas.
Llenos de asombro, los Dioses y Diosas observaron.
Encantada con su propia creación, la Energía Divina se unió a la
Tierra. Quien le complació extensamente; pero la Energía no podía ser
contenida por mucho tiempo. La Tierra entendió y aceptó su naturaleza,
nunca amándole menos por aquello que no podía ser cambiado. Antes de
dejarla para recorrer el universo, buscando más compañía, la Energía
Divina le dio a la Tierra su regalo más preciado -la magia que era el
poder de la creación.
La joven Tierra, fértil y seductora comenzó a crear.
La Tierra sembró los terrenos y los océanos con su regalo de la
creación, y de ellos evolucionó tal magnitud de criaturas, que los
Dioses y Diosas desde el observante Otro Mundo, empezaron a visitar a la
Tierra con más frecuencia, disfrutando de la diversidad de la Tierra
viva.
La Tierra le dio la bienvenida a los inmortales, hijos de su amado
Divino. Ella los amaba tan profundamente que se inspiró a diseñar una
creación muy especial. De su seno, formó e insertó vida a los seres que
forjó a la misma imagen de los Dioses y Diosas, llamándolos humanos.
Aunque la Madre Tierra no podía otorgarles a sus hijos la inmortalidad
-ese era un regalo que solo la Divina Energía podía otorgar- colocó
dentro de cada uno de ellos una chispa de la Divinidad que había sido
compartida en ella, asegurando que a pesar de que sus cuerpos siempre
deberán regresar a la tierra de la cual fueron hechos, su conciencia
continuará eternamente en forma de espíritu, de manera que pudieran
renacer una y otra vez en la Madre Tierra.
Creados en su imagen, los hijos de la Tierra encantaron a los
Dioses y Diosas. Los Dioses y Diosas juraron velar por ellos y compartir
el Otro Mundo con los espíritus Divinos dentro de ellos cuando lo
inevitable sucediera, y sus cuerpos mortales fallecieran.
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